Reseña de "John Wick: Chapter 4"
El cuarto capítulo se exhibe actualmente en los cines de Puerto Rico.
La cuarta entrega de esta improbable franquicia de acción que nació en 2014 es indudablemente la mejor de todas.
Antes del tercer acto de “John Wick: Chapter 4”, una película de casi tres horas de duración, ya me había quedado claro que este cuarto capítulo había superado a sus predecesoras. Había arribado a esta conclusión antes de que la trama del filme se mudara a París para una magistral secuencia de acción de 27 minutos que supera cualquier producción de este género que haya producido la maquinaria de Hollywood desde “Mad Max: Fury Road”, cinta que estrenó en 2015.
Siguiendo la tradición de las otras secuelas, “John Wick: Chapter 4” arranca justo donde terminó la anterior, con su protagonista lidiando con las repercusiones de las acciones que lo han llevado hasta ese momento. Tras tres películas de pura violencia desenfrenada, llegó la hora para el protagonista de enfrentar consecuencias, uno de los elementos más presentes en este nuevo capítulo, y se pudiese argumentar que uno totalmente necesario. ¿Cuánta más destrucción puede causar John Wick en estas películas sin perder su humanidad? Esto resultaría en una eventual traición de la audiencia, pues quedarían muy pocas razones para continuar apoyando a una figura que destruye todo lo que se le atraviesa en su camino, de manera directa e indirecta.
La cinta del director Chad Stahelski reconoce esto y coloca a John Wick (Keanu Reeves) en un arco de redención necesario, habiendo descifrado la manera de obtener el perdón de la Mesa y su libertad. Para completar este arco, el guión introduce personajes de su pasado, interpretados por dos leyendas del cine en Hiroyuki Sanada (Mortal Kombat, The Last Samurai) y Donnie Yen (IP Man, Rogue One: A Star Wars Story). Su llegada fortalece los temas de honor y hermandad en medio de una trama cuya base siempre han sido las leyes y la burocracia de un inframundo en el cual la clase trabajadora se compone mayormente de asesinos. Además, le da un nuevo propósito a un personaje que hasta el momento solo había sido impulsado por la pérdida de su esposa y su perrito, lo que famosamente desencadena la acción en la primera película.
Los arcos de Shimazu (Sanada) y Caine (Yen) son efecto directo de las acciones de Wick, quien finalmente comienza a enfrentar las repercusiones que han causado. El efecto se ve reflejado en el aspecto físico del protagonista, a quien Reeves interpreta con un agotamiento mental que también se traduce a su actuación corporal. Lo inalcanzable o inacabable de la misión de John Wick reaparece en el tercer acto, cuando la acción obliga al protagonista a subir los 222 escalones que llevan a la Basílica del Sagrado Corazón en París.
Por supuesto, la inclusión de estos dos maestros de las artes marciales también sugiere que la acción subirá de nivel, y en esto John Wick no solo cumple, sino que en su paso eleva el estándar para el género de acción. Para esta cuarta parte, el estudio le ha entregado a Stahelski dos veces el presupuesto de la cinta anterior. Combinado con un desfile de talento que también incluye al británico Scott Adkins, el sueco Bill Skarsgård y al chileno Marko Zaror, el resultado es un despliegue de acción que mejora con cada secuencia hasta culminar con un espectacular enfrentamiento que se extiende por distintos destinos turísticos de París. El dominio o maestría técnica de Stahelski y sus actores de acción son el atractivo principal de esta saga, la cual nunca deja de desarrollar su mundo o darle nuevas dimensiones a sus personajes, aún cuando Wick apenas se expresa en palabras.
Sería una deshonra para la saga continuar después de haber alcanzado su punto más alto. Si este es el final de John Wick, pasará a la historia como el personaje que, a sus 58 años, volvió a inmortalizar a Keanu Reeves como una estrella de acción más de dos décadas después de películas como “Speed”, “Point Break” y “The Matrix”.
Puntuación: 4/5